Araba, oi Araba!!


Araba, oi Araba!
zu ote zare
aitaren zazpigarren alaba?
Ifarraldeko oihanek
diraute lerdenik
hegoa-aldean, berriz
zelai bilutsik.

Llevo ya 23 años viviendo en este territorio. Soy de la segunda oleada vasca, ya que los de la primera llegaron para montar talleres en los 60; los de la segunda, dicen que para encarecer la vivienda.

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También yo arribé con ciertos prejuicios, que con el tiempo han evolucionado sustancialmente. Me acuerdo todavía de “Allí todo es trigo”.”Es llano como Castilla” “A partir de Villarreal todo España”, ese tipo de coletillas tan recurrentes aún hoy en día.

El primer año iba y venía a diario. Hasta que me cansé y me afinqué definitivamente en Vitoria, en el barrio de el Pilar. Apenas si hacía vida vitoriana o alavesa. Todos los fines de semana me marchaba. Aquí vegetaba, era un habitante silente que ni siquiera se había empadronado. Si quería hacer deporte me iba al monte, al parque de Arriaga, al gimnasio del barrio o cogía la bicicleta (¡qué bien lo tenemos!). Era socio de Mendizorrotza, y en diez años no sé si aparecí cinco veces. En definitiva: tiraba al monte y al nido.

Ignoraba, no conscientemente, que la ciudad tenía sus encantos: un Casco histórico, un ensanche decimonónico, otro levantado al albur de los primeros destellos industriales, las cuatro iglesias góticas con la Catedral al frente, Casco medieval con muralla y edificios singulares, el paseo de Fray Francisco hasta el bosque de Armentia, parques y zonas verdes (para mí excesivos).

Gran parte de Vitoria ha crecido conmigo y con Cuerda: San Martin, Ajuria, Las Conchas, Ariznabarra, Lakua, la zona VIP de Mendizorrotza/ Ureta/ambos lados del Paseo que lleva a San Prudencio, la parte final de la Avenida. Todo ello recientico y tierno todavía.

De casado ya, me mudé al centro. Entonces me percaté de mi entorno, de Vitoria y, fundamentalmente, de Álava. Ha sido el descubrimiento de mi vida; no UN, sino EL, así de determinado; y lo digo sin la más mínima intención de halagar, que no me hace falta. Vitoria sí que tiene cosas. Con todo, es excesivamente correcta; diría, jocosamente, que necesita algo más de mierda. En eso Bilbao es de división de honor; porque ni Vitoria, ni Donosti, ni Iruña (ésta es diferente) ni Baiona se le asemejan.

La que despunta es Álava, y sí que lo tiene complicado con Navarra y Zuberoa. Pero para mí es especial. Sólo en Álava hay más variedad florística que en toda Gran Bretaña: pinares de Ayala y Aramaio; el mayor quejigal europeo en Izki; la Sierra de Badaya, que posee una vegetación atlántica y mediterránea con más de 500 variedades de flora; las estribaciones del Gorbea (¿a quién pertenece la cruz?) entre Zuia y Gopegi, con extensísimos bosques de hayedos y robledales que se prolongan hasta Urduña; una Rioja alavesa donde hay hasta cuatro zonas (semiárida, seca, subhúneda fría y subhúmeda fresca) y, en función de ellas, las variedades vinícolas; los montes pelados de Elegea que enlazan con los robledales de Urkilla; toda la sierra de Entzia con las campas de Legaire. Y más, y más, y más.

Pero, ¿quién los conoce? Yo veo a poquísima gente pateando estos hermosos parajes. Sólo son frecuentadas, en temporada, las zonas seteras. Y poco más. Hay un par de rutas (sin acceso de vehículos) suprautilizadas: la del Gorbea, Palogan (Pagogan que se diría), y poco más. Porque de vehículos sí se inunda Entzia, por ejemplo. Sedentarios que dejan el coche para hacer 100 m. y volver al coche, ensuciar el entorno y ¡ala!, a la urbe.

Este territorio merece la pena.