Los Vascos


Estamos de enhorabuena, parece que todavía hay quien es capaz de escribir sobre nosotros sin recurrir al insulto y a la descalificación...

RAFAEL TORRES, en Diario de Mallorca (22 de marzo de 2005)

Los vascos merecen que los partidos políticos que aspiran a representarlos les tomen en serio, esto es, que no les traten como a niños proponiéndoles cosas elementales, reduccionistas, maniqueas ni pueriles. El frentismo auspiciado por el ex presidente Aznar, auspiciado cuando el apoyo parlamentario del PNV ya no le fue necesario, contribuyó a profundizar el abismo entre las distintas maneras de entender la realidad vasca y a desquiciar, hasta hacer imposible, el diálogo entre sus agentes, pero si bien el PP de María San Gil persevera contumaz en esa dirección que no conduce a ningún sitio, se perciben otros signos de esperanza en la conquista de la paz, de la convivencia y, en suma, de la tan anhelada normalidad.

La ruptura por parte del PSOE del pacto contra natura con el PP, pacto que desnaturalizó la esencia de su alternativa política y que le condujo al descrédito y al descalabro electoral, constituye una aportación apreciable a la presente contienda electoral, pues al recuperar su voz propia y sus propuestas enriquece el estadillo de las alternativas que los vascos pueden examinar y, eventualmente, suscribir con su voto. No hay, pues, sólo dos alternativas efectivas como las había en anteriores comicios, los buenos y los malos, variando la identidad de unos y otros según señalaran los nacionalistas o los constitucionalistas, sino que del concurso diferenciado de todas las fuerzas políticas (y ojalá que Batasuna entre ellas, a poco que sienta y entienda la necesidad ética de condenarla violencia) podrá salir un más variado, pero paradójicamente más inclinado al diálogo y al acuerdo, paisaje político.

Los vascos no son niños, salvo, claro está, los niños vascos, pero aún éstos merecen que sus mayores, sean éstos de derecha, de izquierda, independentistas o autonomistas sólo, acierten a tejer con sabiduría, en libertad y sin coacciones de las pistolas o de la propaganda, el manto común con el que se han de abrigar mañana.