Ya no hay derechos


Miguel Molina, en BBCmundo.com

Pues yo creo que tienen razón en detenerlos”, me dijo el novio de la prima. “Por algo los habrán detenido en primer lugar, porque la policía no detiene a personas inocentes”.

Él y la prima nos habían invitado a cenar a su apartamento, de donde pensaban mudarse a una zona todavía más elegante de Londres, y durante la sobremesa alguien mencionó la guerra contra el terrorismo.

No recuerdo si hablábamos sobre los detenidos en Abu Ghraib o en Guantánamo o en las cárceles británicas o en cualquiera otra de las cárceles cuyo nombre todavía no conocemos, cuando el novio de la prima expuso su peculiar teoría.

Horas después, en el tren que nos traía de regreso, pensé que al novio de la prima nunca se le había ocurrido reflexionar en qué pasaría si la policía lo arrestara y lo acusara de terrorista.

Y es que el novio de la prima asume que todo está bien cuando a él le va bien.

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Después de todo, uno vive en un Estado de derecho en el que las personas son iguales entre sí, y está a salvo de detenciones arbitrarias y torturas, porque es inocente mientras no se demuestre que es culpable, como marca la ley.

JailDe la misma manera, uno puede salir libremente de su país y entrar en él, y a circular sin problemas ni restricciones, y puede pensar como quiera y creer en lo que prefiera, y reunirse con el que sea.

Lo que no sabe el novio de la prima es que la vida no es así.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos podrá ser universal y pueden haberla firmado los gobiernos que en 1948 formaban la Asamblea General de las Naciones Unidas, pero como todos los acuerdos internacionales, y hasta las leyes nacionales, se trata de un ideal más o menos común.

Por eso no causa sorpresa enterarse de que Amnistía Internacional denunció que la comunidad internacional, la Fuenteovejuna del mundo, se olvidó de los derechos humanos y no se ha preocupado mucho por observarlos, garantizarlos, difundirlos ni protegerlos.

Prácticamente ningún país se salva, ni siquiera el sedicente promotor de la democracia, Estados Unidos, aunque Noruega, Islandia, Luxemburgo, Costa Rica, Panamá, y algún otro que se me haya pasado, no aparecen en la lista.

Pero es alarmante y a la vez revelador que en otras 154 naciones se haya olvidado un compromiso tan serio.

O tal vez no se les olvidó, y la realidad política y de otro tipo terminó por imponerse a los nobles deseos y las sanas intenciones. El derecho dura hasta que el poder decide.

A uno, aunque tal vez el novio de la prima tampoco se enteró, le enseñaron en la escuela que la civilización occidental era la más acabada prueba de la sociedad, y que sus leyes eran la muestra de tan alta categoría.

El día que deje de observarse el espíritu de la ley, dejaríamos de ser diferentes a otras naciones cuyos nombres no decían los profesores pero todos sabíamos.

Uno escuchaba en silencio incrédulo porque era claro que ese día no iba a llegar nunca. Nos equivocamos.

Como en las dictaduras, cuyos nombres no se atreven a mencionar los políticos para que no se les vengan abajo los negocios, en los países que hasta hace poco creíamos civilizados y regidos por la ley, el fin justifica los medios.

Se puede detener, se puede torturar, se puede asesinar a pocos y a muchos, sin que nadie trate de evitarlo por corrupción, por incompetencia, por miedo.

Los neoconservadores, que no tardarán en dirigirme sus insultos, justifican las violaciones a los derechos humanos diciendo que el precio de la libertad es la eterna vigilancia, una frase atribuida a Jefferson que ellos citan sin saber qué sigue. En esa cita, como en muchas otras cosas, están equivocados.

Wendell Phillips, que la usó en un discurso ante la Sociedad antiesclavista de Massachusetts, advirtió en 1852 que el poder quita a los muchos para dar a los pocos, y que la mano de quien recibió el poder se convierte en enemiga del pueblo.

Sólo con vigilancia permanente, dijo Phillips, se puede evitar que el demócrata que ocupa un cargo se transforme en un déspota, y sólo con agitación intermitente se mantiene a un pueblo despierto para que no permita que la libertad se ahogue en prosperidad material. Ahora ya saben.

Y nosotros también, menos el novio de la prima. Ya no hay derechos en el mundo. Ni donde antes había.