Todavía me acuerdo del batzoki de los finales de los setenta y principios de los ochenta. Los que ahora tienen entre sesenta y ochenta años estaban entonces en la franja de treinta a cincuenta. Eran años complicados, años de inusitada violencia política. Los alcaldes, concejales y resto de representantes institucionales no adscritos a las siglas Herri Batasuna las pasaban canutas cada pleno, cada acto públlico.
Todo era saboteado con presencia física de los boicoteadores o con el (los) muerto(s) de la jornada. Pero los batzokis, que también tenían que soportar esa presión, tenían vida. Nunca tanta como las Herrriko Taberna, pero vida. La vida que le insuflaban los afiliados, quienes siempre sacaban tiempo para cumplir con su turno semanal o mensual. Eso se acabó.
El PNV tiene cientos de sedes sociales, cientos de batzokis. Sedes en casonas, viviendas o lonjas que, en la actualdidad, las más de las veces está arrendadas a personas que las explotan según criterios exclusivamente económicos. Arrendatarios a veces ajenos al partido, sin sintonía con su historia, sus ideas o sus iconos. Sedes que, prácticamente en su totalidad, eran ocupadas en los años de la transicción y primeros de los ochenta para objetivos vinculados con el Partido, están reconvertidos en tabernas convencionales, donde lo jeltzale apenas si se percibe muchas veces. No es raro ir a tomar un chiquito a un batzoki y encontrarte con Tele5 o con El Correo como primeras presencias mediáticas.
Una alderdikide comentaba que los batzokis se nos mueren y que es imprescindible y urgente emprender una labor de reforma, de revisión de contenidos y objetivos. Se preguntaba si no es posible acercar a ellos a nuestros hijos, a nuestros amigos, a nuestros familiares. La respuesta es categórica: con el actual formato NO. Para tomar unos chiquitos y pinchos tienen otros cientos de bares donde, sin identificarte ideológicamente, tienes la misma o mejor oferta. Actúan así hasta los afiliados.
Un Batzoki alquilado para explotarlo como bar es, sobre todo, un bar. Un local o edificio de los arrendatarios y no de los afiliados, quienes se sienten extraños en sus propios locales.
Mi propuesta es: iniciar una reflexión para que los batzokis sean lugares de encuentro entre afiliados. Reconvertirlos para que los afiliados puedan acudir a ellos con sus hijos o con sus amigos. Reformarlos de tal manera que induzcan al personal acudir a ellos. Un espacio donde quienes acudan puedan familiarizarse con imágenes e historia del Partido, sin ser necesariamente afiliados. Unas sedes donde se pueda integrar a los simpatizantes sin carnet como si de afiliados se tratara.
Muchas de nuestras mujeres, maridos, hijos y amigos no son ni afiliados ni simpatizantes ni votantes, pero en un momento en que un miembro afiliado pueda invitarles a acudir al batzoki a una merienda, a freir unos huevos, lo harán gustosamente. Ahora no es posible. Necesitamos batzokis con cocina colectiva, con locales acondicionados para jugar a cartas, para reuniones de Junta y Asambleas. Batzokis, en definitiva, que atraigan, muy lejos del frío y casi ajeno modelo actual.
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